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Somos amables por conveniencia. Incluso la persona más envidiosa, narcisista o egocéntrica necesitan de los demás para validar su identidad: nuestra vida cobra sentido por los otros. Solo podemos vernos reflejados a través de una idea de «individuo» cuando las otras personas nos dan confirmación al respecto; alguien que viva aislado de la humanidad no es ni persona ni individuo, sino un animal pero sin un nombre propio. Si entendiéramos a profundidad lo conectados que estamos con los demás, llegaríamos a la conclusión de que muchos formamos uno, y así como nos preocupamos con excesiva vanidad sobre nosotros, deberíamos de importanos por los demás. El clasismo ha sido una ideología que usa el neoliberalismo (sistema económico que instrumentaliza la democracia en pro de la economía) para encacillarnos en una etiqueta, en una tribu. Como si las personas que son diferentes a nosotros fueran nuestros enemigos. Nos marcan con una de idea de vida en la que yo y unos pocos somos dignos de vivir, todos aquellos que no cumplan con los requisitos son inferiores, son enfermos y locos. Como aquellas personas que van a misa los domingos pero maldicen a los protestantes por sus creencias, que en términos generales no difieren mucho. Así nos comportamos en las diferentes situaciones de nuestra vida. Nos hacen creer parte de una tribu exclusiva, económica, ideológica, artística, etc, y en realidad somos borregos manipulados por los verdaderos favorecidos de estas discusiones tan estúpidas.
Mientra pueda ver tu silueta Dentro de mi memoria Y tu imagen dentro de mi alma Cualquier reflejo me parecerá carente De magia, encanto y osada elegancia