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Érase una vez un zorro que se encontró a un joven conejo en el bosque. El conejo preguntó: “¿Qué eres tú?”.
El zorro respondió: “Soy un zorro y podría comerte si quisiera”. “¿Cómo puedes probar que eres un zorro?”, preguntó el conejo. El zorro no sabía qué contestar, porque en el pasado los conejos siempre habían huido de él sin plantearle cuestiones de este tipo. El conejo dijo: “Si me puedes mostrar una prueba escrita de que eres un zorro, te creeré”. Así pues, el zorro acudió corriendo al león, que le dio un certificado de que era realmente un zorro. Cuando volvió, el conejo estaba esperando y el zorro empezó a leer el documento. Estaba tan encantado que iba saboreando los párrafos con un lento placer. Mientras tanto, habiendo captado lo esencial del mensaje, el conejo se metió rápidamente en su madriguera y nunca volvió a ser visto. El zorro regresó a la guarida del león, en donde vio a un ciervo conversando con él. El ciervo estaba diciendo. “Quiero ver una prueba escrita de que eres un león…” El león le dijo: “Cuando no tengo hambre, no necesito molestarme. Cuando tengo hambre, no necesitas nada por escrito.” El zorro dijo al león. “¿Por qué no me dijiste esto, cuando te pedí un certificado para el conejo?” “Mi querido amigo”, replicó el león, “debías haberme dicho que éste te lo pedía un conejo. Pensé que era para un estúpido ser humano, del que algunos de estos estúpidos animales han aprendido ese pasatiempo”.
IDRIES SHAH, en “La sabiduria de los idiotas”. Alejandro Jodorowsky
Historia de un fin Estaba en mi cuarto lleno de rombos, entre la muerte y el nacimiento, divagando en el diván de los recuerdos, reviviendola a ella, con su risa y su serenidad, su temple tan obtuso, tan misterioso, tan rebelde. Cada Rombo del cuarto estaba constituido por cientos de recuerdos. Estaba ahí... en el Diván, sentado a merced de los rombos, a merced de los recuerdos y a merced de su sonrisa, sin entender que debía hacer, sin entender si debía poner fin a todo eso. Entonces lo comprendí, no podía seguir existiendo mas, no para ella, la había perdido y solo por permitir que mis miedos me domaran, quería apagar las estrellas y reiniciar el juego, aquella partida en la que había procurado defender al reyna sin mover mis peones. Cada peón fue desplazado según mis miedos a consumirse en la incertidumbre al no saber si estaba bien o fallaba con mis decisiones y fines. Lo cual vine comprendiendo demasiado tarde. Cerca del nuevo fin, me desprendí de mi ropa, mis emociones, mis miedos, mis ambiciones y aspiraciones, estaba ahí, en el mar, entregandome dulcemente al fuego que consumiría mi persona.... persona que no existiría mas. Comencé a caminar en dirección al fin, en mis ojos habían diluvios de determinación, sentía los impulsos eléctricos recorriendo mi cuerpo al momento que avanzaba a mi muerte bailando con ella. Noté que algo me jalaba, era su sonrisa que parecía retarme y a la vez provocarme, las olas del mar a su vez se burlaban de mi.... escuchaba su voz en ellas, recordé que todo comenzó en un aula olvidada, y "cuando no había mas que decirnos se abrían al aire vacíos que no podíamos respirar", estaba en el momento justo donde pensaba que me fallarían el animo, la determinación y la resolución. No importa que tan fuerte aprendiera a golpear, sabia por mi experiencia que nadie golpeara jamas como la misma vida... pensé que tenia que hacerlo, ya estaba a la mitad del camino, entonces avancé con mas fuerza, mas determinación, y pude notar que se desprendía algo de mi, era la ambigüedad, esto me impulsó, avanzaba y el mar me jalaba, casi como si supiera lo que quería, como si me implorara que lo dejara devorarme con una noble belleza y a la vez una inquietante fiereza, casi como un niño en un berrinche y fue entonces que deje que el mar me tomara. Esa noche devoro la persona que fui.
Habían pasado tres días desde que murió aquel hombre devorado por el mar, nadie lo recordaba ya. En su lugar estaba sentado otro hombre, un hombre forjado por los riesgos, que luchaba por lo que quería sin mas escrúpulos, un hombre entregado, desbordaba felicidad y plenitud, el hombre era el amor en persona, este hombre había nacido hace apenas tres días. Este hombre fue en quien renací Este hombre fue en quien me convertí Solo así podía amarla y lo hice por ella
©Robert Mustang